Una tras otra, mis huellas en
aquella tierra mostraban todo mi recorrido hasta aquel paraje, mis palmas
continuaban brillando a causa de aquella extraña piedra, con aquellas runas.
Quizás debería presentarme, me
llaman Nediae, soy la última de mi pueblo, o eso me decía mi madre en su lecho
de muerte, tras darme un mapa que me conduciría a mi destino. Lo gracioso es
que acabara con unos tatuajes de aspecto extraño, por apartar una maldita
piedra que bloqueaba el camino, que ojalá no lo estuviera.
Han pasado días desde
entonces, y ya no me quedan dioses a los que rezar, no me he cruzado con
ningún pueblo desde que salí de mi aldea, y como es lógico las pocas
provisiones que pude permitirme se habían evaporado, solo me quedaba media
botella de agua, si no encontraba algo pronto... prefiero no pensarlo.
Me encuentro en una especie de
desierto, o eso creo, pues no hay más
que arena por todas partes, bebo de la poca agua que me queda mientras hago
acopio de mis pequeñas fuerzas y continuo avanzando.
Mis pies descalzos no sienten
ya el calor ardiente de la arena, ni las ampollas que los cubren, me pregunto
si será por el calor o por aquellas marcas tan extrañas, pero voy sintiendo
sopor en mis extremidades, la ropa me
pesa, aunque solo sea tela fina, me parece como si llevase una armadura de
plomo.
Pasa el tiempo, y llega el
atardecer, no puedo moverme más, abro la
botella para beber otro trago, mi lengua busca una gota fresca de aquel néctar,
pero nada me quita el polvo de la boca, no queda ni una gota de agua.
Conservo la botella por si,
por obra de un milagro, me encontrara con oasis. Miro mis manos, sudorosas, los
tatuajes brillantes se había tornado de color marrón, como si fuesen hechos de
Henna.
Un problema menos, trato de
susurrar pero tengo la boca tan seca que no puedo ni hablar. Piso mal la arena
y caigo, me quedo allí, tumbada sin moverme, el calor de la arena me embarga,
cierro los ojos, intento moverme pero no puedo. Siento que un sopor me invade
hasta dejarme inconsciente. Lucho contra aquella negrura, el cansancio de mi
cuerpo me impide soñar.
Sólo recuerdo las palabras de
mi madre, una y otra vez; mientras me miraba con los ojos brillantes de tanto
sollozar por lo dolores antes de morir, su frente llena de sudor por los
delirios que dejaron que me hablara una vez más.
-Nediae, hija mía, quiero que
te vayas, y recorras muchas tierras cuando yo no este.-Me decía con una tierna
sonrisa.
-Madre, se pondrá bien, son
sólo unas fiebres.- trataba de negar la verdad, aunque sabía lo que iba a
ocurrir.
-Niña mía, sabes que esta
enfermedad no tendrá un final feliz, antes de irme, quiero decirte algo, que
debes recordar.-inspira fuertemente antes de continuar, hacia mucho tiempo que
no podía respirar bien. -Cuando yo muera, no me llores, tienes que ser fuerte, sigue
tu propio camino, nunca mires hacia atrás, solo tienes que encontrarte con tu
destino, con el destino de tu pueblo...-inspira de nuevo, su mano aprieta la mía mientras me deja un papel- Sigue este mapa, te guiara hacia tu camino una vez llegues allí donde marca la
decisión sobre que hacer será tuya.
-Madre...- tomo el mapa y lo
guardo en mi riñonera, la tomo la mano con las mías, esta helada.
-Déjame terminar hija, tú eres
de...
Me despierto, siento frío y
mis ropas pesadas y mojadas, hay un fuego cerca. Un hombre me tiende un cazo
con agua, lo tomo sin pensar en las consecuencias o sospechar, me la bebo de un
trago, me lo rellena y vuelvo a beber.
-Veo que tienes sed
muchachita.- Me dice el hombre sonriente, tiene tres dientes de oro, deduzco
que no es pobre ni mucho menos.-¿Hambre, tal vez?
Me acerca un plato con carne y
frutas, tomo tres manzanas, y una pata de algún animal, de cerdo se podría
decir por el sabor.
-Veo que has hecho un largo
camino hasta aquí, ¿Cómo debería llamarte?- Me continua sonriendo, no me gusta,
pero me ha salvado la vida.
-Nediae.-logro pronunciar
entre mordisco, mordisco y trago.-Así es como me llamaban en mi hogar.
-Vaya, pues Nediae, eres una
muchachita con suerte de que te encontráramos, si no llega a ser por nosotros estarías muerta hace mucho. -Trago lo último que me quedaba de comida. Con
disimulo me guardo una manzana.
-¿Nosotros?-pregunto temerosa
por la respuesta. No había visto nadie aún aparte de él.
-Así que no te has dado
cuenta... - Se levanta y camina hacia un carro con barrotes, dentro hay algo
que se mueve.
Trato de levantarme y descubro
que no puedo separar las piernas, las tengo en una especie de cepo de metal.
-Soy un...
-... Traficante de esclavos-
Estoy paralizada, quiero huir pero no puedo ni levantarme, y arrastrándome no llegaría muy lejos.
-Muy lista, Señorita.
-¿Pero por qué yo? ¡No pagarán
nada por mí! -Trato de buscar una salida mientras hablo.
-¿Eso crees? Una chica castaña
de ojos grises de por si vendería, pero esa piel con esos tatuajes aun más. -
me toma el brazo.-Además, nunca le daría comida a algo que no puediese vender
por más.
"Algo". Ya no era
persona por tener unas cadenas que me ataban, por solo eso habia dejado de ser
persona para convertirme en algo.
Aparto mi brazo. Él sonríe mientras me susurra.
-Puede que me quede contigo,
pues no muchas veces se encuentra algo como tú, por estas tierras perdidas de
las manos de los dioses.
-No. No quiero.-Se ríe
-Me da igual lo que quieras,
es lo que yo quiera, por que tú no vales nada.
Nada. Odio esa palabra. Es la
palabra que más odio, porque es la que siempre me ha marcado.
Le escupo a su redonda cara
con tres dientes de oro.
-Parece que tendré que
enseñarte modales antes de venderte.
Coge una fusta que llevaba en
el cinto, la levanta contra mí, y me golpea. Me quedo sin aliento, duele. Eso
no se debe usar con nadie, ni con animales, pero ¿qué soy yo ahora?... Sólo
basura. Repugnante basura.
Una lágrima se asoma en mis
ojos, parpadeo rápidamente para que no caiga. Otro golpe y otro y otro. Mi
espalda se llena de marcas rojas y raspones, duele y escuece. No quiero más.
-¿Contenta? Cada vez que me
contestes o te apetezca revolucionarte te pasara esto. -dice mientras se ríe,
me toma del pelo con una mano y me lleva a arrastras hacia la jaula de gente que
se mueve, miro arriba y veo que la mayoría son más jóvenes que yo, sólo hay dos
que creo que tienen mi edad.
Me tira dentro, una vez me ha
quitado el cepo. Caigo de lado, no me molesto en levantarme. me quedo allí con
los ojos abiertos pero sin mirar a ninguna parte.
Esclava. Eso es lo que soy
hoy, ayer era una vulgar muchacha libre, nunca pensé que desearía estar como
hace unos días malviviendo pero libre. A quien se le ocurrió ponerle cadenas a
la gente debía de estar loco.
Noto una mano en mi espalda aun
ardiente por los golpes. No me molesto en mirar. Me incorpora hasta ponerme
contra los barrotes de aquella cárcel.
-Lid siann mi?-Habla un idioma
extraño.
-Yo no te entiendo. - Susurro
a aquel muchacho de pelo color miel y ojos azules, parecía del norte, al menos
por lo que decían los aventureros, ¿qué hacía tan lejos?
-Oh, perdona, a veces hablo en
mi lengua natal sin darme cuenta.
-Sabes mi idioma.-no lo
pregunto, solo lo afirmo, el asiente con la cabeza.
-¿Estás bien?- Me dice
mientras alza mi rostro hacia él.
-Sí.- Murmuro.
-Parece que no te hizo nada en
la cara, menos mal, si no no te comprará nadie.
-Como...-susurro de manera
intangible.
-¿Qué?
-¿Cómo puedes hablar de
comprar gente tan tranquilo? -Le pregunto horrorizada. Aparto su mano de mi
cara.
-Porque es nuestra realidad,
así que sólo puedes hacer dos cosas, o morir, o intentar sobrevivir como lo que
eres ahora, una esclava. - Su mirada es dura y helada. No me gusta el azul,
sobre todo en la mirada de alguien, porque parece frío como el hielo. -Así que,
¿qué eliges?
-Vida. - Le miro a sus ojos,
manteniéndole la mirada.-Pero aun así me parece atroz el no saber que van a
hacer conmigo.
-Por ahora te llevaran a un
mercado, alli te exhibirán desnuda ante varia gente y el mejor postor te comprará.
Mi silencio es mi única
salida, no puede ser verdad, salgo de la muerte para meterme en una vida peor
que ella.
-No quiero.-sollozo, no puedo
más, los problemas se acumulan, la muerte de mi madre, mi viaje inesperado, los
tatuajes, el estar medio muerta,y ahora era una esclava que iba a ser vendida.
-No quiero, estoy cansada de mi maldita vida, estoy cansada de mi maldito
destino.
Sus brazos se ciernen sobre
mí, en un abrazo que me hace llorar como una niña, acabo abrazada a él, a mi
compañero de viaje.
Con el tiempo fui conociendo
al resto de nuestros compañeros de destino, éramos un total de diez, pero el
único que podía hablar mi idioma era el rubio, cuyo nombre era Zael. Nunca hablábamos sobre lo que nos esperaba, solo hablábamos del pasado.
Después de la cena siempre le preguntaba cosas sobre su tierra.
-Mi pueblo natal siempre
estaba cubierta de un manto blanco y frío.
-¿Qué nombre tiene eso? - le
pregunto llena de curiosidad.
—En tu lengua es Nieve. En mi
pueblo la llamamos Laiste.— Me explicaba con una sonrisa.- Era como la arena de
este desierto solo que en lugar de estar caliente estaba fría, asombrosamente
fría, tanto que al tocarla te enfriaba las manos y te hacían creer que se te
quemaban los dedos como si tuvieras en las manos una bola de fuego. —Se mira
las manos y me sonríe, mientras su gélida mirada viaja a otros mundos.
»Caía de las nubes al comienzo
de la época más fría del año, el invierno, se podía pasar días cayendo, como si
no tuviera fin, de muy pequeño pensaba que eran trocitos de las nubes mismas
que venían a visitarnos.
»Recuerdo que hacía mucho frío
cuando caía, pero no tanto como cuando granizaba...
-¿Granizaba? —pregunto
curiosa. Sus palabras estaban llenas de misterio para mí, que nunca había
viajado más al norte que mi aldea, pues mi viaje me había conducido al sur.
—Es cuando cae del cielo
trozos de hielo, pero eso es cuando hace tanto frío que sólo piensas en
quedarte en casa con mil mantas encima y un buen brasero.
Extraño se tornaba lo que me
contaba, trozos de hielo cayendo del cielo, no tenía sentido, y ¡Qué daño
debían hacer cuando le caían a alguien en la cabeza!
—¡Cuéntame más sobre la
nieve!—le suplicaba de nuevo, el proseguía con su relato.
—Pues, no sé que más contarte.
Deberías verla para poder saber como es. — una punzada de dolor sacude mi
pecho.
—Eso será si logro mi
libertad.—las lágrimas se escurren por mis mejillas sin mi consentimiento.
—¿Estás bien? —me pregunta
Zael sorprendido.
—¿por qué tuve que ser yo? —
el me abraza como lleva haciendo varias noches atrás dejando que mis lágrimas
empapen la túnica de arpillera que lleva.
—Lo siento.— no sé porque me
pide perdón, él no tiene culpa pero no puedo pronunciar ninguna palabra, sigo
llorando sin desconsuelo.
Cuando me calmo le pido que me
cuente más. Quiero imaginar como es su hogar y conocer mejor a esa persona que
tiene el mismo destino que yo.
—Dime, ¿y cómo es tu familia?
— pregunto un poco vacilante, ya que quizás es un tema delicado.
—Yo formaba parte de una
familia de cuatro. Mi padre, que trabajaba en las minas de carbón, y mis
hermanas menores, Laila, la más pequeña, y Leila, su hermana gemela.
—no tenías, mm... ¿Madre?
—pregunto inocentemente.
—No, ella murió a dar a luz a
mis hermanas, el parto se complicó y lograron salvar a Laila a cambio de la
vida de mi madre. Cada día se parece más a ella, o al menos según recuerdo,
hace mucho que no he vuelto a ver a mi familia.
—¿Hace mucho que te
capturaron?
—Hace siete años.— ¿Siete
años? ¿Lleva siendo esclavo siete años? Entonces le capturaron siendo un niño
aún. ¿Quién pudo hacer eso? Fuera quien fuera no tuvo corazón ni lo tenia
ahora. — Yo había salido al bosque, recuerdo que era primavera, estaba
recogiendo frutos para la comida cuando me dieron un golpe en la cabeza,cuando
desperté estaba en una jaula con otros muchos de mi edad.
—Eras tan joven... —Mis ojos
me escuecen, parte por el cansancio pues ya era muy entrada la noche y en parte
por las lágrimas que habían surcado mi rostro antes.—Debiste haber pasado mucho
miedo.
—Cuando te metieron aquí, me
recordaste tanto a mí en aquella época.
—la curva que surca su cara esta llena de tristeza, su mirada helada está llena
de dolor. Lo abrazo impulsivamente como el había hecho todas las noches desde
que nos conocimos. Noto sus manos aferrándose a mi fina camisa, hunde su rostro
en mi pecho y se echa a llorar, de manera tan ligera que si no hubiera notado
mi camisa mojada no me hubiera dado cuenta de ello. le abrazo con más fuerza,
no puedo hacer nada.
—Parece que hemos
intercambiado los papeles... —digo sonriendo, Zael levanta la cabeza, sus ojos
están rojos, de las lágrimas que se le habían escapado, me mira a los ojos y se
ríe.
—Es la primera vez que te veo
reír, Nediae.
—Llámame Nedy, mi nombre es complicado
de pronunciar, además Nedy suena mejor que ese nombre absurdo. — le comento
mientras me coloco un mechón de mi pelo detrás de la oreja.
—Nedy. Me gusta. Te llamaré
así.—Me mira sonriente mientras cierra pesadamente los ojos.
Y nos dormimos así abrazados, dos personas tan
diferentes como nosotros pero unidas por un mismo destino, el ser los objetos
de otros. Y así pasamos casi todas las noches, una tras otra íbamos abriendo
nuestros corazones el uno al otro.
A nuestros compañeros de
destino se añadieron tres más, bastante jóvenes. Me recordaban a Zael cuando
debió de ser capturado.
Todo iba bien hasta que llego
aquella fatídica noche que tanto temíamos. El traficante, o debería decir
mercader, de esclavos se acerco por primera vez a la jaula. Con una sonrisa
avara nos anuncio:
—Mañana, seréis duchados y
llevados al mercado, allí seréis vendidos como lo que sois, basura.—varios de
los niños se echaron a llorar, los más mayores mirábamos con odio o
indiferencia. El traficante, cuyo nombre era Ferdag, se dirige al fuego entre
carcajadas.
Al rato, tras nuestra cena de
cada día, es decir, pan mohoso, Zael y yo nos reunimos a hablar, como todas las
noches.
—Tranquila, seguro que te
tocará un buen señor. —trata de consolarme, ya no lloro, porque se me agotaron
las lágrimas.—Todo saldrá bien.
—No quiero, Zael. Quiero
quedarme así siempre, que esta noche sea eterna.—le replico, él prosigue en su
intento de convencerme de que todo saldrá bien.—Quiero ver todo lo que tú me
has contado, la nieve, las montañas, el mar... Todas esas cosas que cuentan los
viajeros.
—Las verás.—me responde
tranquilamente, con su sonrisa amable pero nerviosa en la cara. —Quizás
tengamos algo de suerte y nos toque con el mismo señor.
—Mira la situación en la que
estamos, a esto yo no lo llamo suerte.
—¿Acaso maldices el habernos
conocido?
—¡No! ¡Por supuesto que
no!—Zael posa su dedo índice en mis labios.
—Entonces, trata de vivir cada
segundo de tu cruel vida, podrás hacer amigos entre los criados o los señores,
quizás te den la ansiada libertad que buscas y puedas encontrar a tu destino. —
escudriño sus ojos azules por si hay alguna mentira oculta.
—Pero... —trato de replicar
pero el me tapa la boca con su mano. La aparto con la mía.—Quiero volverte a
ver.—se queda mirándome con el rostro inexpresivo un rato, eterno de nada más
que segundos.
—Entonces, hagamos una
promesa.
—¿Cuál?
—Cuando seamos libres te
llevaré a mi pueblo natal, para que veas todo lo que yo he visto. ¿Te parece
bien?
—Te esperaré.—las lágrimas se
anegan en mis ojos grisáceos. Las limpio con las palmas de mis manos mientras
le sonrío, una sonrisa de esperanza por volverlo a ver, algún día.—Te esperaré,
lo prometo.
—Nediae...—me quedo mirándole esperando a que continúe la frase, el se queda mirándome fijamente. Sus dedos atrapan las lágrimas saladas que discurren por mi cara¸y la acunan.—Te quiero.
Su confesión me deja atónita.
Él... ¿Por qué?... ¿Cuándo?
Acerca su rostro al mío, sé
bien sus intenciones.
—¿Puedo?— me pregunta deteniéndose a pocos centímetros de mis labios. No le respondo, si mañana iba a
ser esclava y no le iba a volver a ver, no lo iba a posponer; le ayudo
acercando mi rostro al suyo, nuestros dientes chocan, nuestros labios se unen
después, nos quedamos así un tiempo. Él se separa.—¿Qué tal?
—Hombre, pues no me esperaba
que mi primer beso fuese en una jaula un día antes de ser oficialmente una
esclava.—Zael se enrojece y mira hacia el suelo, avergonzado. Tomo su rostro entre
mis manos.—Pero, ha sido perfecto.
Me vuelve a besar, con más
ímpetu, esta vez nuestros dientes no chocan, sólo lo hacen nuestros labios, que
están secos y duelen al besarnos, pero nos da igual, es incluso agradable. Nos
tumbamos para dormir como cada noche, yo en brazos de él y Zael en mis brazos.
Siempre espero a que él se
duerma, una vez Zael se duerme caigo yo en brazos de Morfeo.
—Te quiero, Zael, te
quiero.—susurro en un suspiro antes de dormirme, a la vez que él sonríe en
sueños. Quizás no estaba dormido después de todo.
La oscuridad me envuelve. Me
pesa el cuerpo, mañana iba a ser un día muy largo.