miércoles, 7 de mayo de 2014

Capítulo 1 : Huellas en la arena.

Una tras otra, mis huellas en aquella tierra mostraban todo mi recorrido hasta aquel paraje, mis palmas continuaban brillando a causa de aquella extraña piedra,  con aquellas runas.
Quizás debería presentarme, me llaman Nediae, soy la última de mi pueblo, o eso me decía mi madre en su lecho de muerte, tras darme un mapa que me conduciría a mi destino. Lo gracioso es que acabara con unos tatuajes de aspecto extraño, por apartar una maldita piedra que bloqueaba el camino, que ojalá no lo estuviera.
Han pasado días desde entonces, y ya no me quedan dioses a los que rezar, no me he cruzado con ningún pueblo desde que salí de mi aldea, y como es lógico las pocas provisiones que pude permitirme se habían evaporado, solo me quedaba media botella de agua, si no encontraba algo pronto... prefiero no pensarlo.
Me encuentro en una especie de desierto,  o eso creo, pues no hay más que arena por todas partes, bebo de la poca agua que me queda mientras hago acopio de mis pequeñas fuerzas y continuo avanzando.
Mis pies descalzos no sienten ya el calor ardiente de la arena, ni las ampollas que los cubren, me pregunto si será por el calor o por aquellas marcas tan extrañas, pero voy sintiendo sopor en mis extremidades,  la ropa me pesa, aunque solo sea tela fina, me parece como si llevase una armadura de plomo.
Pasa el tiempo, y llega el atardecer,  no puedo moverme más, abro la botella para beber otro trago, mi lengua busca una gota fresca de aquel néctar, pero nada me quita el polvo de la boca, no queda ni una gota de agua.
Conservo la botella por si, por obra de un milagro, me encontrara con oasis. Miro mis manos, sudorosas, los tatuajes brillantes se había tornado de color marrón, como si fuesen hechos de Henna.
Un problema menos, trato de susurrar pero tengo la boca tan seca que no puedo ni hablar. Piso mal la arena y caigo, me quedo allí, tumbada sin moverme, el calor de la arena me embarga, cierro los ojos, intento moverme pero no puedo. Siento que un sopor me invade hasta dejarme inconsciente. Lucho contra aquella negrura, el cansancio de mi cuerpo me impide soñar.
Sólo recuerdo las palabras de mi madre, una y otra vez; mientras me miraba con los ojos brillantes de tanto sollozar por lo dolores antes de morir, su frente llena de sudor por los delirios que dejaron que me hablara una vez más.
-Nediae, hija mía, quiero que te vayas, y recorras muchas tierras cuando yo no este.-Me decía con una tierna sonrisa.
-Madre, se pondrá bien, son sólo unas fiebres.- trataba de negar la verdad, aunque sabía lo que iba a ocurrir.
-Niña mía, sabes que esta enfermedad no tendrá un final feliz, antes de irme, quiero decirte algo, que debes recordar.-inspira fuertemente antes de continuar, hacia mucho tiempo que no podía respirar bien. -Cuando yo muera, no me llores, tienes que ser fuerte, sigue tu propio camino, nunca mires hacia atrás, solo tienes que encontrarte con tu destino, con el destino de tu pueblo...-inspira de nuevo, su mano aprieta la mía mientras me deja un papel- Sigue este mapa, te guiara hacia tu  camino una vez llegues allí donde marca la decisión sobre que hacer será tuya.
-Madre...- tomo el mapa y lo guardo en mi riñonera, la tomo la mano con las mías, esta helada.
-Déjame terminar hija, tú eres de...
Me despierto, siento frío y mis ropas pesadas y mojadas, hay un fuego cerca. Un hombre me tiende un cazo con agua, lo tomo sin pensar en las consecuencias o sospechar, me la bebo de un trago, me lo rellena y vuelvo a beber.
-Veo que tienes sed muchachita.- Me dice el hombre sonriente, tiene tres dientes de oro, deduzco que no es pobre ni mucho menos.-¿Hambre, tal vez?
Me acerca un plato con carne y frutas, tomo tres manzanas, y una pata de algún animal, de cerdo se podría decir por el sabor.
-Veo que has hecho un largo camino hasta aquí, ¿Cómo debería llamarte?- Me continua sonriendo, no me gusta, pero me ha salvado la vida.
-Nediae.-logro pronunciar entre mordisco, mordisco y trago.-Así es como me llamaban en mi hogar.
-Vaya, pues Nediae, eres una muchachita con suerte de que te encontráramos, si no llega a ser por nosotros estarías muerta hace mucho. -Trago lo último que me quedaba de comida. Con disimulo me guardo una manzana.
-¿Nosotros?-pregunto temerosa por la respuesta. No había visto nadie aún aparte de él.
-Así que no te has dado cuenta... - Se levanta y camina hacia un carro con barrotes, dentro hay algo que se mueve.
Trato de levantarme y descubro que no puedo separar las piernas, las tengo en una especie de cepo de metal.
-Soy un...
-... Traficante de esclavos- Estoy paralizada, quiero huir pero no puedo ni levantarme, y arrastrándome no llegaría muy lejos.
-Muy lista, Señorita.
-¿Pero por qué yo? ¡No pagarán nada por mí! -Trato de buscar una salida mientras hablo.
-¿Eso crees? Una chica castaña de ojos grises de por si vendería, pero esa piel con esos tatuajes aun más. - me toma el brazo.-Además, nunca le daría comida a algo que no puediese vender por más.
"Algo". Ya no era persona por tener unas cadenas que me ataban, por solo eso habia dejado de ser persona para convertirme en algo.
Aparto mi brazo. Él sonríe mientras me susurra.
-Puede que me quede contigo, pues no muchas veces se encuentra algo como tú, por estas tierras perdidas de las manos de los dioses.
-No. No quiero.-Se ríe
-Me da igual lo que quieras, es lo que yo quiera, por que tú no vales nada.
Nada. Odio esa palabra. Es la palabra que más odio, porque es la que siempre me ha marcado.
Le escupo a su redonda cara con tres dientes de oro.
-Parece que tendré que enseñarte modales antes de venderte.
Coge una fusta que llevaba en el cinto, la levanta contra mí, y me golpea. Me quedo sin aliento, duele. Eso no se debe usar con nadie, ni con animales, pero ¿qué soy yo ahora?... Sólo basura. Repugnante basura.
Una lágrima se asoma en mis ojos, parpadeo rápidamente para que no caiga. Otro golpe y otro y otro. Mi espalda se llena de marcas rojas y raspones, duele y escuece. No quiero más.
-¿Contenta? Cada vez que me contestes o te apetezca revolucionarte te pasara esto. -dice mientras se ríe, me toma del pelo con una mano y me lleva a arrastras hacia la jaula de gente que se mueve, miro arriba y veo que la mayoría son más jóvenes que yo, sólo hay dos que creo que tienen mi edad.
Me tira dentro, una vez me ha quitado el cepo. Caigo de lado, no me molesto en levantarme. me quedo allí con los ojos abiertos pero sin mirar a ninguna parte.
Esclava. Eso es lo que soy hoy, ayer era una vulgar muchacha libre, nunca pensé que desearía estar como hace unos días malviviendo pero libre. A quien se le ocurrió ponerle cadenas a la gente debía de estar loco.
Noto una mano en mi espalda aun ardiente por los golpes. No me molesto en mirar. Me incorpora hasta ponerme contra los barrotes de aquella cárcel.
-Lid siann mi?-Habla un idioma extraño.
-Yo no te entiendo. - Susurro a aquel muchacho de pelo color miel y ojos azules, parecía del norte, al menos por lo que decían los aventureros, ¿qué hacía tan lejos?
-Oh, perdona, a veces hablo en mi lengua natal sin darme cuenta.
-Sabes mi idioma.-no lo pregunto, solo lo afirmo, el asiente con la cabeza.
-¿Estás bien?- Me dice mientras alza mi rostro hacia él.
-Sí.- Murmuro.
-Parece que no te hizo nada en la cara, menos mal, si no no te comprará nadie.
-Como...-susurro de manera intangible.
-¿Qué?
-¿Cómo puedes hablar de comprar gente tan tranquilo? -Le pregunto horrorizada. Aparto su mano de mi cara.
-Porque es nuestra realidad, así que sólo puedes hacer dos cosas, o morir, o intentar sobrevivir como lo que eres ahora, una esclava. - Su mirada es dura y helada. No me gusta el azul, sobre todo en la mirada de alguien, porque parece frío como el hielo. -Así que, ¿qué eliges?
-Vida. - Le miro a sus ojos, manteniéndole la mirada.-Pero aun así me parece atroz el no saber que van a hacer conmigo.
-Por ahora te llevaran a un mercado, alli te exhibirán desnuda ante varia gente y el mejor postor te comprará.
Mi silencio es mi única salida, no puede ser verdad, salgo de la muerte para meterme en una vida peor que ella.
-No quiero.-sollozo, no puedo más, los problemas se acumulan, la muerte de mi madre, mi viaje inesperado, los tatuajes, el estar medio muerta,y ahora era una esclava que iba a ser vendida. -No quiero, estoy cansada de mi maldita vida, estoy cansada de mi maldito destino.
Sus brazos se ciernen sobre mí, en un abrazo que me hace llorar como una niña, acabo abrazada a él, a mi compañero de viaje.
Con el tiempo fui conociendo al resto de nuestros compañeros de destino, éramos un total de diez, pero el único que podía hablar mi idioma era el rubio, cuyo nombre era Zael. Nunca hablábamos sobre lo que nos esperaba, solo hablábamos del pasado.
Después de la cena siempre le preguntaba cosas sobre su tierra.
-Mi pueblo natal siempre estaba cubierta de un manto blanco y frío.
-¿Qué nombre tiene eso? - le pregunto llena de curiosidad.
—En tu lengua es Nieve. En mi pueblo la llamamos Laiste.— Me explicaba con una sonrisa.- Era como la arena de este desierto solo que en lugar de estar caliente estaba fría, asombrosamente fría, tanto que al tocarla te enfriaba las manos y te hacían creer que se te quemaban los dedos como si tuvieras en las manos una bola de fuego. —Se mira las manos y me sonríe, mientras su gélida mirada viaja a otros mundos.
»Caía de las nubes al comienzo de la época más fría del año, el invierno, se podía pasar días cayendo, como si no tuviera fin, de muy pequeño pensaba que eran trocitos de las nubes mismas que venían a visitarnos.
»Recuerdo que hacía mucho frío cuando caía, pero no tanto como cuando granizaba...
-¿Granizaba? —pregunto curiosa. Sus palabras estaban llenas de misterio para mí, que nunca había viajado más al norte que mi aldea, pues mi viaje me había conducido al sur.
—Es cuando cae del cielo trozos de hielo, pero eso es cuando hace tanto frío que sólo piensas en quedarte en casa con mil mantas encima y un buen brasero.
Extraño se tornaba lo que me contaba, trozos de hielo cayendo del cielo, no tenía sentido, y ¡Qué daño debían hacer cuando le caían a alguien en la cabeza!
—¡Cuéntame más sobre la nieve!—le suplicaba de nuevo, el proseguía con su relato.
—Pues, no sé que más contarte. Deberías verla para poder saber como es. — una punzada de dolor sacude mi pecho.
—Eso será si logro mi libertad.—las lágrimas se escurren por mis mejillas sin mi consentimiento.
—¿Estás bien? —me pregunta Zael sorprendido.
—¿por qué tuve que ser yo? — el me abraza como lleva haciendo varias noches atrás dejando que mis lágrimas empapen la túnica de arpillera que lleva.
—Lo siento.— no sé porque me pide perdón, él no tiene culpa pero no puedo pronunciar ninguna palabra, sigo llorando sin desconsuelo.
Cuando me calmo le pido que me cuente más. Quiero imaginar como es su hogar y conocer mejor a esa persona que tiene el mismo destino que yo.
—Dime, ¿y cómo es tu familia? — pregunto un poco vacilante, ya que quizás es un tema delicado.
—Yo formaba parte de una familia de cuatro. Mi padre, que trabajaba en las minas de carbón, y mis hermanas menores, Laila, la más pequeña, y Leila, su hermana gemela.
—no tenías, mm... ¿Madre? —pregunto inocentemente.
—No, ella murió a dar a luz a mis hermanas, el parto se complicó y lograron salvar a Laila a cambio de la vida de mi madre. Cada día se parece más a ella, o al menos según recuerdo, hace mucho que no he vuelto a ver a mi familia.
—¿Hace mucho que te capturaron?
—Hace siete años.— ¿Siete años? ¿Lleva siendo esclavo siete años? Entonces le capturaron siendo un niño aún. ¿Quién pudo hacer eso? Fuera quien fuera no tuvo corazón ni lo tenia ahora. — Yo había salido al bosque, recuerdo que era primavera, estaba recogiendo frutos para la comida cuando me dieron un golpe en la cabeza,cuando desperté estaba en una jaula con otros muchos de mi edad.
—Eras tan joven... —Mis ojos me escuecen, parte por el cansancio pues ya era muy entrada la noche y en parte por las lágrimas que habían surcado mi rostro antes.—Debiste haber pasado mucho miedo.
—Cuando te metieron aquí, me recordaste tanto a mí en  aquella época. —la curva que surca su cara esta llena de tristeza, su mirada helada está llena de dolor. Lo abrazo impulsivamente como el había hecho todas las noches desde que nos conocimos. Noto sus manos aferrándose a mi fina camisa, hunde su rostro en mi pecho y se echa a llorar, de manera tan ligera que si no hubiera notado mi camisa mojada no me hubiera dado cuenta de ello. le abrazo con más fuerza, no puedo hacer nada.
—Parece que hemos intercambiado los papeles... —digo sonriendo, Zael levanta la cabeza, sus ojos están rojos, de las lágrimas que se le habían escapado, me mira a los ojos y se ríe.
—Es la primera vez que te veo reír, Nediae.
—Llámame Nedy, mi nombre es complicado de pronunciar, además Nedy suena mejor que ese nombre absurdo. — le comento mientras me coloco un mechón de mi pelo detrás de la oreja.
—Nedy. Me gusta. Te llamaré así.—Me mira sonriente mientras cierra pesadamente los ojos.
 Y nos dormimos así abrazados, dos personas tan diferentes como nosotros pero unidas por un mismo destino, el ser los objetos de otros. Y así pasamos casi todas las noches, una tras otra íbamos abriendo nuestros corazones el uno al otro.
A nuestros compañeros de destino se añadieron tres más, bastante jóvenes. Me recordaban a Zael cuando debió de ser capturado.
Todo iba bien hasta que llego aquella fatídica noche que tanto temíamos. El traficante, o debería decir mercader, de esclavos se acerco por primera vez a la jaula. Con una sonrisa avara nos anuncio:
—Mañana, seréis duchados y llevados al mercado, allí seréis vendidos como lo que sois, basura.—varios de los niños se echaron a llorar, los más mayores mirábamos con odio o indiferencia. El traficante, cuyo nombre era Ferdag, se dirige al fuego entre carcajadas.
Al rato, tras nuestra cena de cada día, es decir, pan mohoso, Zael y yo nos reunimos a hablar, como todas las noches.
—Tranquila, seguro que te tocará un buen señor. —trata de consolarme, ya no lloro, porque se me agotaron las lágrimas.—Todo saldrá bien.
—No quiero, Zael. Quiero quedarme así siempre, que esta noche sea eterna.—le replico, él prosigue en su intento de convencerme de que todo saldrá bien.—Quiero ver todo lo que tú me has contado, la nieve, las montañas, el mar... Todas esas cosas que cuentan los viajeros.
—Las verás.—me responde tranquilamente, con su sonrisa amable pero nerviosa en la cara. —Quizás tengamos algo de suerte y nos toque con el mismo señor.
—Mira la situación en la que estamos, a esto yo no lo llamo suerte.
—¿Acaso maldices el habernos conocido?
—¡No! ¡Por supuesto que no!—Zael posa su dedo índice en mis labios.
—Entonces, trata de vivir cada segundo de tu cruel vida, podrás hacer amigos entre los criados o los señores, quizás te den la ansiada libertad que buscas y puedas encontrar a tu destino. — escudriño sus ojos azules por si hay alguna mentira oculta.
—Pero... —trato de replicar pero el me tapa la boca con su mano. La aparto con la mía.—Quiero volverte a ver.—se queda mirándome con el rostro inexpresivo un rato, eterno de nada más que segundos.
—Entonces, hagamos una promesa.
—¿Cuál?
—Cuando seamos libres te llevaré a mi pueblo natal, para que veas todo lo que yo he visto. ¿Te parece bien?
—Te esperaré.—las lágrimas se anegan en mis ojos grisáceos. Las limpio con las palmas de mis manos mientras le sonrío, una sonrisa de esperanza por volverlo a ver, algún día.—Te esperaré, lo prometo.
—Nediae...—me quedo mirándole esperando a que continúe la frase, el se queda mirándome fijamente. Sus dedos atrapan las lágrimas saladas que discurren por mi cara¸y la acunan.—Te quiero.
Su confesión me deja atónita. Él... ¿Por qué?... ¿Cuándo?
Acerca su rostro al mío, sé bien sus intenciones.
—¿Puedo?— me pregunta deteniéndose a pocos centímetros de mis labios. No le respondo, si mañana iba a ser esclava y no le iba a volver a ver, no lo iba a posponer; le ayudo acercando mi rostro al suyo, nuestros dientes chocan, nuestros labios se unen después, nos quedamos así un tiempo. Él se separa.—¿Qué tal?
—Hombre, pues no me esperaba que mi primer beso fuese en una jaula un día antes de ser oficialmente una esclava.—Zael se enrojece y mira hacia el suelo, avergonzado. Tomo su rostro entre mis manos.—Pero, ha sido perfecto.
Me vuelve a besar, con más ímpetu, esta vez nuestros dientes no chocan, sólo lo hacen nuestros labios, que están secos y duelen al besarnos, pero nos da igual, es incluso agradable. Nos tumbamos para dormir como cada noche, yo en brazos de él y Zael en mis brazos.
Siempre espero a que él se duerma, una vez Zael se duerme caigo yo en brazos de Morfeo.
—Te quiero, Zael, te quiero.—susurro en un suspiro antes de dormirme, a la vez que él sonríe en sueños. Quizás no estaba dormido después de todo.

La oscuridad me envuelve. Me pesa el cuerpo, mañana iba a ser un día muy largo.